Dedicar tiempo a los demás, especialmente a quien más lo necesita por sus circunstancias de soledad, de salud, de edad, etc. es un ejercicio que, además de hacer felices a los que nos rodean, aporta enormes beneficios personales. En el caso de los adolescentes, sepultados en un mundo autorreferencial, en el que ellos son el centro de la galaxia, constituye casi una necesidad que los padres y educadores no pueden obviar.
El verano es un momento especialmente propicio para que los chicos y chicas que se enfrentan a sus nuevas libertades, sean capaces de integrar en sus vidas la costumbre de pensar en los demás. Es cierto que no es una actitud de moda, y que, habitualmente, entre los modelos vitales más atractivos que se les ofrecen a través de los medios, no figuran personajes que destaquen por la calidad de su entrega a los demás.
Un somero repaso a los influencers con miles de seguidores adolescentes en las redes permite descubrir especialistas en belleza, pose fotográfica, estilismo, maquillaje, juegos de ordenador, alimentación y dietas, deportes, decoración, e incluso en compras -compulsivas o no-. Todos ellos son jóvenes, sonrientes, risueños, pero ninguno preocupado por el sufrimiento que encuentra a su alrededor.
A lo más, son capaces de adoptar una postura reivindicativa para hacerse la foto, o de grabar en video un desafío gracioso para solidarizarse con una causa. Pero nada más.
La entrega a los demás exige, en primer lugar, un cambio de paradigma. Hay que incorporar la costumbre de hacer un hueco diario en la mente -de la que inevitablemente deberán sacarse a sí mismos- para pensar en qué hacer, y llevarlo a cabo.
Plan práctico para fomentar la generosidad
Algunas ideas prácticas que pueden ayudar a conseguir este objetivo son las siguientes:
- Empezar por buscar una o dos personas necesitadas a las que poder dedicar un tiempo diario: los abuelos, una vecina anciana, un niño con dificultades de aprendizaje.
- Emplazar en el horario el tiempo que se va a dedicar a esa tarea añadiéndola como una más a lo largo del día, con el mismo rango que comer, dormir, u otras necesidades básicas.
- Discurrir cada día de qué modo se puede hacer mejor ese acompañamiento: buscar libros para leer a esas personas, pensar lugares a los que llevarlas de paseo, hablar con ellas de las compras de alimentos o artículos de primera necesidad que no tienen, etc.
- Emprender la tarea y llevarla a cabo con ilusión y alegría, buscando en el fondo del corazón el amor hacia esas personas. No se trata de hacer algo fastidioso con desgana y prisa por marcharse. Exige poner el corazón, la cabeza, y los sentidos para hacer feliz a esas personas.
Un verano así aprovechado supondrá una frontera entre la inmadurez egoísta del adolescente perezoso y la madurez generosa del adolescente entregado. Es tarea de los padres hacer ver con gracia, pero con exigencia a los hijos la necesidad de salir de sí mismos para no convertirse en parásitos de su propia vida.