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Cómo crecer en generosidad

Cómo crecer en generosidad
Por: Identitas

La generosidad es la base que permite desarrollar el amor. No existe verdadero amor sin entrega. Porque, el amor, es dar todo sin pedir nada a cambio. Por eso, es necesario que durante la adolescencia, en la que se produce el descubrimiento consciente y definitivo de la propia personalidad, de los gustos e ideales, y se desarrollan los proyectos de vida, la generosidad tenga una presencia constante.

Para ello los adolescentes deberán integrar como una prioridad en su sistema de valores la entrega a los demás. Si no son conscientes de la necesidad que tienen de ser generosos para poder amar verdaderamente, no se esforzarán de modo decidido por alcanzar la virtud de la generosidad. 

También habrá que explicarles que la generosidad no es un don natural –aunque hay personas que puedan tener más facilidad para ella por su especial sensibilidad- sino que se alcanza mediante la lucha diaria. Que sólo la repetición de actos en los que nos negamos a nosotros mismos para darnos a los demás es capaz de construir un hábito, una costumbre de obrar, que venza la inclinación hacia el yo que todas las personas llevamos grabada en el corazón.

Por eso es muy conveniente que ayudemos a cada uno de nuestros hijos o alumnos a concretar acciones específicas y concretas de dar una parte del propio tiempo, de los bienes materiales, de los gustos y preferencias, para hacer la vida más agradable a los demás.

Buenos ejemplos de generosidad pueden ser los siguientes:

  • Reservar siempre una cantidad de dinero de uso personal para entregarlo como limosna para los necesitados o para las obras de caridad de la Iglesia. La costumbre de distraer ese dinero de la compra de chucherías, o de otros caprichos, de comprar una ropa de igual calidad pero marca menos conocida, o de privarse de alguna actividad de ocio para destinar ese dinero a los que pasan hambre, no tienen hogar, o lo han perdido todo, educará el corazón a pensar un poco en los demás negándose en pequeñas cosas a uno mismo.
  • Tener previsto en el propio horario un tiempo mínimo para compartir escuchando con paciencia a aquel que lo necesita porque es más pequeño, o porque tiene algún problema que no sabe o no puede resolver. No se trata de hacer una obra de caridad para cumplir y olvidarse, sino de poner una base para que poco a poco esa actitud vaya siendo cada vez más constante en la propia vida.
  • Entrenarse a ceder el propio juicio ante cuestiones de poca importancia que no afectan a las convicciones morales, evitando discusiones en el ámbito familiar –especialmente con otros hermanos-. Los adolescentes deberán entender que esa acción no es una muestra de debilidad sino de fortaleza; que no es un signo de esclavitud sino de autodominio; que no es una causa de tristeza sino de alegría.

Cada chico y cada chica podrán pensar detalles concretos de generosidad –encargos en casa y en el colegio; ceder los lugares preferentes en el coche, en una fiesta o en clase; compartir sus prendas de ropa o sus aparatos electrónicos más preciados con otros hermanos, etc.- de modo que la generosidad se convierta en una constante en su vida, en un modo de pensar que haga la vida más agradable a los demás.


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