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Escuchar los acontecimientos

Por: Identitas

Los comportamientos disruptivos en los adolescentes suelen responder a situaciones en las que el chico o la chica buscan desesperadamente, aunque no lo parezca -y se nieguen a reconocerlo- ayuda urgente. En tantas ocasiones las llamadas de auxilio -como en el síndrome del que se ahoga- pueden confundirse con los desesperados manotazos que propina el ahogando al que se lanza al agua a salvarle. Al final, pueden acabar por percibirse más las segundas que las primeras.

La adolescencia se caracteriza por el ansia de libertad, por la necesidad de tomar decisiones propias y de romper los lazos que atan a la persona a la infancia para sumergirse en la juventud y, posteriormente en la madurez. Sin embargo, este proceso se produce sin el necesario grado de experiencia en el manejo de las dificultades que se van a presentar. Y la primera de ella es la doma y el control de las propias reacciones.

Muchos adolescentes que comparten la característica de poseer un alto grado de inteligencia, un gran corazón, pero un carácter primario, pueden soltar el timón de su carácter ante una frustración o ante un dolor repentino. Inesperadamente se sienten poco amados o despreciados y se dejan llevar por la impulsividad. Ante estas reacciones es muy importante seguir una pauta de actuación racional y sistemática que impida que los padres se dejen arrastrar por los efectos de la tormenta.

  1. Tratar de calmar el momento de tensión con una mirada, un abrazo, una palabra de consuelo, sin dar importancia a las palabras o los gestos proferidos.
  2. Elegir unas palabras que le permitan al adolescente desahogar la frustración, sin intentar rebatir sus razones o enmendar lo que en ese momento siente.
  3. Dejarle claro que en ese momento lo importante es que se tranquilice, y que se dé cuenta de que ese tipo de reacciones le hacen daño, le destruyen por dentro, y de que es capaz de controlarlas si sabe identificar su origen.
  4. Al final del día, o en un momento oportuno, con tranquilidad, se debe tratar de ayudarle a pensar acerca de la raíz de su enfado. Puede ser una larga conversación en la que poco a poco irán aflorando motivos, al principio superficiales, luego más profundos. El origen se situará sorprendentemente en ocasiones en un hecho nimio ocurrido hace días que le tenga “atascado” en pensamientos negativos.
  5. La conversación no debe tener nunca un tono de reproche. Hay que evitar a toda costa que por ayudar a quitarle hierro a los problemas se caiga en el menosprecio de sus sentimientos. Acompañar las frases de expresiones como “sé cómo te sientes y lo que eso significa para ti, me imagino lo que eso puede molestarte” es de gran ayuda para el adolescente. Si en algún momento se comparte alguna frustración personal por cosas pequeñas, él se sentirá reconfortado y animado para luchar.
  6. Hay que llegar a pequeñas conclusiones, sin grandes discursos ni fundamentaciones profundas en las que se le ofrezcan soluciones prácticas para solucionar de un modo templado esos problemas. Ayudarle a explicitar los motivos de los enfados, a conocerse, y a -poco a poco- empezar a sustituir las “pataletas” por acciones útiles y beneficiosas para él y para los demás.

Es una tarea que exige paciencia y delicadeza. Ambas nacen del amor y dan como fruto el amor.

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