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Compartir las tareas del hogar

Por: Identitas

Tradicionalmente, se ha pensado que los trabajos de la casa eran propios de la mujer, y los trabajos de la “caja” eran propios del hombre. Ella se ocupaba de los niños y de las tareas asociadas a la casa. Las incomodidades materiales del trabajo de la casa, hasta ahora, requerían la atención de una persona durante todo el día y, ordinariamente, lo hacía la madre. Estamos en el siglo XXI y esa forma de pensar ha pasado a formar parte de la historia, lo que supone un avance significativo. Ahora contamos con muchas ayudas técnicas, en forma de modernos electrodomésticos que, en ocasiones, conviene conseguir, ya que todo lo que facilite ganar tiempo para estar juntos marido y mujer, es bueno.

Pero no hay ayuda técnica o humana que pueda sustituir a los padres en la crianza y cuidado de los hijos. Siempre demandarán tiempo y cariño y brindárselo no solo es una tarea, sino parte del descanso y el disfrute de la vida familiar, de la que ambos padres participan.

La madre es quien impone, habitualmente, la armonía, el ritmo de horario y el funcionamiento de la familia, aunque el hogar se crea desde el amor del matrimonio. Una casa no es sólo lo material, no son tan sólo las paredes; también es el tono tan singular que posee cada familia, fruto del amor de dos personas y que proyecta una manera de hacer propia.

Las tareas cotidianas de la casa: cocina, plancha, limpieza, nunca se acaban, siempre falta algo, siempre hay algo fuera de su sitio. También el amor se recrea cada día, cada jornada empezamos el amor: cada amanecer es un nuevo día de mejora. Es objetivo de los dos crear un hogar y ninguna tarea es menor o humillante cuando es el amor quien la guía.

Para lograr un hogar armonioso hay una virtud esencial: el orden. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio y , como somos muchos y muy variados, hay que ordenar continuamente. Aunque es importante que prioricemos el hecho de que la familia esté “en orden” (dedicar tiempo a hablar con cada uno, que los niños sientan el amor de sus padres por ellos, estar atentos a sus necesidades, ayudarles a crecer, permitir que cada uno aporte a la familia su toque

singular, que los hermanos se quieran, etc.) a que la casa esté ordenada, lo que nos lleva a una importante consigna que no conviene olvidar: “Las personas son más importantes que las cosas”

El orden parece una pequeña virtud, pero está presente en todas las demás, cuanto más práctica tengamos de ella, más creceremos en virtud. La idea es ordenar y reordenar permanentemente, como sucede con nuestra vida matrimonial, hay que ordenarla de modo habitual.

Ordenar, limpiar la casa, planchar, hacer la compra y colocarla al llegar a casa, son algunas de las rutinas de cada día para muchos matrimonios. Él y ella aprovechan para hacer en esos momentos lo que consideren más necesario para el bien de todos. Por eso, es imprescindible, tener prevista la distribución de las diferentes tareas, pues de lo contrario se pueden cometer injusticias y cargar más sobre uno de los cónyuges.

Un momento clave es cuando llegamos a casa; hay que volver con el chip de que es nuestro hogar y siempre hay cosas que hacer. Tener esa predisposición es importante para compartir equitativamente el trabajo. Llegar cansado, es lo normal, pero el amor se demuestra también con las pequeñas cosas ofrecidas al otro como los detalles materiales bien hechos. Implica virtudes como la disponibilidad, complicidad, espíritu de servicio y no dejar nunca al otro en casa solo, haciendo todas las tareas.

Una conversación habitual de dos personas que se quieren podría ser la siguiente:

Nuria: “Ha sido un día muy duro, necesito desconectar un momento.”

José Ramón: “El mío también ha sido duro. Luego hacemos la cena, siéntate un momento conmigo y hablamos”.

Nuria: (reflexiona un segundo) “No puedo, ayúdame a poner la mesa, porque hay que acostar a los niños”.

José Ramón: (después de un silencio) “Yo pongo la mesa y tú haces la cena, así terminamos antes”.

Cuando los padres se tratan con cariño y se apoyan mutuamente los hijos, de una manera natural, van aprendiendo el hábito de servir a los demás con la mejor actitud posible, reflejando el ejemplo de sus padres. Se puede reconocer fácilmente a quienes han sido educados de esta forma en casa porque crean a su alrededor ambientes de paz y alegría.

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