Características de la adolescencia y su impacto en la formación de la fe
Se está produciendo una transformación profunda de la personalidad, tanto en la maduración afectiva como en la intelectual. Esta crisis de desarrollo se caracteriza por la inadaptación, por un “no estar cuajado” que también tiene su reflejo en el aspecto físico: el aire desgarbado propio de los adolescentes.
Aparece la capacidad de ilusión, en virtud de la cual remontamos las dificultades que el existir en este mundo lleva consigo, distinta a los meros intereses concretos del niño. Por eso, es en la juventud cuando por primera vez se busca radicalmente el sentido del por qué y para qué vivir. Esta situación explica, en parte, los radicalismos de los jóvenes. No son amigos de las medias tintas y buscan “atenerse a las consecuencias”, lo que no quiere decir que, de hecho, sean consecuentes. Y junto con el radicalismo, se da la insatisfacción cuando no responden con su vida a los ideales que van encontrando.
El adolescente pone en tela de juicio casi todas las cosas, pero muy especialmente las que se refieren a Dios. Él es el fin de nuestra vida, y es lógico que se pregunten el por qué y para qué vivir para Dios.
Surge la capacidad de amar, que se manifiesta en una capacidad de querer y en una necesidad de ser querido. Es la época de los “enamoramientos”. Siente la necesidad de entregarse a algo o a alguien y lo busca afanosamente, con inquietud. El tiempo y, con él, la madurez le irán dando asentamiento y fijeza. Además de enamorarse, en el sentido amplio de la palabra, busca la amistad; es decir, busca alguien que sepa comprender sus problemas, incertidumbres, ilusiones, entusiasmos y desánimos, que -aún siendo suyos- no comprende.
Busca cariño y hay que dárselo, aunque su recién descubierta intimidad le lleva a detestar las manifestaciones externas. Más que palabras o besos, lo que busca es acogimiento, comprensión silenciosa, valoración de lo suyo. Si su comportamiento es mejor fuera de casa que dentro, es porque fuera está más en su ambiente, con los que -al ser como él- pueden comprenderle mejor.
Es típica de estas edades la actitud crítica de los hijos, ya que empiezan a pensar “por propia cuenta”. Pasan por el tamiz de su propio juicio todo lo que se les dice, no aceptando con facilidad las ideas ajenas, aunque ellos mismos no estén seguros de lo que piensan o quieren.
Todo ese abrirse a ilusiones nuevas, a nuevos amores, y el descubrir la propia intimidad viene empapado por el despertar de una gran sensibilidad: se siente y se vive todo con mayor intensidad; se está como en carne viva y todo afecta más. Esto da lugar a la inestabilidad emotiva tan propia de los adolescentes: los cambios de humor son rápidos y abundantes y cualquier cosa les puede influir.
Miran al futuro con afán de poseer lo que aún no tienen: criterios y gustos propios …y buscan afirmar su propia personalidad con rebeldía, que es como un mecanismo de defensa de lo propio ante las imposiciones que puedan venir dadas desde fuera. Pero la afirmación del adolescente entraña, por lo general, una gran inseguridad, ante la que reacciona manifestando externamente una seguridad que suele ser sólo aparente.
Ayudas a la educación de la fe en la adolescencia
- Atender a cada uno como es, sacando partido de lo que tiene de positivo. Proyección positiva de los fenómenos propios de la edad. Por ejemplo, la extrema sensibilidad del adolescente, educado, puede convertirse en delicadeza. Que se enfrenten a los problemas con optimismo, sabiendo que, aunque no consigan resolver el problema, habrán ganado mucho en su mejoramiento personal por el mero hecho de haberse enfrentado con ellos.
- Hacerles considerar que tener juicio crítico es bueno, pero hay que cuidar no tomar una postura negativa pensando que todo, menos lo que uno hace o piensa, está mal.
- Apoyarse en su afán de autenticidad: enseñar a vivir o a actuar en consonancia con lo que se es.
- Paciencia, ya que las cualidades se desarrollan poco a poco. Hay que enseñarle a que tenga paciencia consigo mismo y con lo que le pasa, especialmente en los “malos ratos”, con los que también se aprende y se madura. No conviene fomentar su impaciencia exigiendo minucias o cosas accidentales, queriendo arreglarlo todo a la vez, o destacando solo lo negativo. La exigencia, para lo fundamental: estudio, generosidad, respeto a los padres y a los hermanos, etc … No olvidemos que no están en condiciones de dar mucho, ya que en esta etapa su rendimiento, en todo lo que suponga esfuerzo personal, disminuye.
- Ayudar a superar la timidez o miedo a manifestarse como se es, por el “qué dirán”.
- Ayudar a reflexionar para conocerse mejor: qué está pasando en él, los motivos, las consecuencias. Que se admita y se plantee metas de mejora.
- Ayudar a profundizar, con el estudio y con la vida, en la fe. Tienden a desentrañar los misterios de fe y a rechazarlos si no encuentran explicaciones sólidas y fundamentales. Hacerles ver que la fe no consiste en aceptar verdades por qué se entiende muy bien, sino en función de la confianza que tenemos en Cristo. La ascendencia que otorga el ejemplo cristiano de los padres conseguirá muchas veces que esta propuesta sea aceptada por el adolescente porque “se fía” de sus padres.
- No debe extrañar la duda religiosa, ya que se da ordinariamente como consecuencia del proceso de maduración interior, pero conviene adelantarse proporcionándoles una formación sólida, ideas claras en el campo religioso.
- Prevenirles contra el sentimentalismo, que podría llevar a hacer lo que resulta grato en el aspecto sensible, evitando lo que supone exigencia. En la vida espiritual, el estado afectivo no tiene importancia alguna; no amamos a Dios porque “sentimos” su amor, sino porque cumplimos lo que El nos pide -nuestro deber- aunque no haya ningún sentimiento de complacencia. El amor no es asunto de sentimiento, sino de voluntad. Por ello, para ser capaces de amar, deben aprender a dominarse y auto controlarse, sin dejarse arrastrar.