Si los padres enumeran las causas que provocan las peleas entre sus hijos pueden convertir este simple pasatiempo en un ejercicio mental extenuante y sin fin.
El listado de motivos es, sin exagerar, infinito: la televisión, el asiento del auto, las notas del colegio, la ropa, los regalos, el baño, los juguetes, la pieza, el timbre de la casa, la comida, los lápices, la luz de la habitación, los deportes, etcétera. En resumen, todo puede convertirse en el ojo del huracán para que los hermanos se peleen.
Para las familias preocupadas por los gritos y golpes de sus hijos va este mensaje: es absolutamente normal que los hermanos peleen. Lo raro sería que no lo hicieran. Sin embargo, esto no significa que los padres deban permanecer indiferentes ante las peleas de sus hijos. Sobre todo porque lo que está en juego es la armonía de las relaciones familiares y la psiquis de los adultos.
Mucho se ha repetido que los papás no pueden meterse en medio de la pelea ni menos tomar partido. Eso es cierto. Pero sí deben intervenir en los momentos de calma, marcando la cancha y poniendo los límites muy claros. Esto por un motivo fundamental: la familia es la mejor escuela de humanidad y compañerismo.
Situaciones tan cotidianas, pero a la vez tan complejas como “¿Por qué él se sienta siempre al lado del papá?, ¿por qué tengo que ordenar yo, si jugó ella también?, ¿por qué no le puedo pegar si él me pegó primero?”, entregan al niño experiencias de vida que luego lo ayudarán a ser buen amigo, a tener una relación de pareja sana y a su vez, a formar una familia feliz.
Pero aprender a convivir no es fácil. Sobre todo porque generalmente se debe pasar primero por el conflicto.
Las peleas entre hermanos se producen desde temprana edad. Hay que tener presente que en los niveles de agresividad influye un factor genético. Cada niño es una persona particular y diferente de los otros, y nace con determinado temperamento. En el ser humano la agresividad, además, es un motor que toma diferentes vías. En gran medida, depende de los padres canalizarlo hacia los juegos o el estudio.
EL OTRO ES UN RIVAL
Existen dos motivos que llevan las peleas al interior de la familia.
- El deseo de ser querido.
En este contexto, el hermano siempre será visto como un opositor, alguien que provoca un sentimiento de ambivalencia que oscila entre el amor y el odio. Esto se explica porque por su cabeza circulan muchas fantasías respecto al amor de sus padres; generalmente imagina que sus papás quieren más al otro. Por eso cada niño debe sentir que tiene un hueco seguro en la familia y los padres deben evitar las comparaciones, y la tendencia a tratarlos a todos como si fuesen iguales: eso intensifica las rabias. Por el contrario, hay que reconocerles personalmente a cada uno sus talentos, celebrar en forma individual sus gracias y darse tiempo para conversar a solas con ellos por separado. ¡Aunque sean diez hijos! - La edad de los niños.
Una de las etapas de mayores agresiones es entre los 7 y 12 años, indican los psicólogos, precisamente porque es el período donde nacen los juegos en equipo y buscan socios. Los juegos del elástico, los shows, el fútbol, son ocasión de entretención y también de peleas. Por esto mismo, las peleas son más frecuentes entre hermanos de edades similares.
Si analizamos algunas de las características de la etapa 7 a 12 años podremos explicarnos mejor las razones de estas peleas.
- Son muy subjetivos.
A esta edad el niño ve las cosas desde su punto de vista. Es incapaz de analizar en abstracto y menos de colocarse en el lugar del otro. - Compiten por inseguridad.
Como una forma de adquirir seguridad, el niño busca demostrarse a sí y a los demás su capacidad. Aparece la competencia con sus pares y las consiguientes actitudes: molestar, hacer rabiar, elegir él lo que quiere y no ceder. - No son autocríticos.
En estos años los niños tienen además una autocrítica muy baja y su percepción es muy subjetiva. Defienden a ultranza su punto de vista y siempre creen que tienen la razón. Por ello sienten muchas veces que los padres son injustos y que prefieren al hermano. - Reconocen al competidor.
Los hijos en esta etapa además de sentirse capaces, quieren ser autónomos y hacer las cosas a su manera. Por eso no compiten con los adultos ni con los hermanos mucho más chicos, sino con el hermano que le pone la barrera que es el más cercano a él en edad. - Hacen rabiar.
Esta actitud es clásica. El que gana lo demuestra, ostenta el triunfo. Al mostrar públicamente la debilidad del hermano, se siente superior. El derrotado queda irritado, propenso al conflicto. Lo más seguro es que busque su venganza.
¿Qué deben hacer los padres para manejar peleas entre hermanos de forma efectiva?
- Dar otras oportunidades al hijo.
El puede demostrar sus capacidades por otras vías. Por ejemplo, si un hijo se saca un 6 de promedio y el hermano un 4,5, no hacer comparaciones. Al que tiene notas inferiores estimularlo por sus logros y tareas bien hechas y no esperar a que se saque un seis para alabarlo. - Evidenciar el amor.
En la familia debe predominar el cariño, el contacto entre padres e hijos. Que exista un sentimiento de amor evidente. Sólo así brotan confesiones verdaderas. - Enseñar a expresar las emociones.
Es muy importante que los padres incentiven el uso del lenguaje en los hijos para que se puedan verbalizar las emociones. Así se ayuda a no acumular rencores. Se van moldeando las peleas y se puede reflexionar respecto de lo que sucedió y por qué sucedió. El ideal es que después de producido un “round” los adultos llamen a los involucrados y que cada uno dé su versión. Es importante escuchar y atender antes que Impartir un castigo indiscriminado. - Ser un espejo.
Los adultos pueden ayudar a que sus hijos se conozcan a sí mismos, comprendan mejor sus puntos débiles y aprendan a manejarlos. El diálogo, eso sí, debe ser concreto, aterrizado. Es muy positivo contarles las peleas y problemas que ese papá o mamá tuvieron cuando chicos. - Las peleas se pueden cortar.
Por normales que parezcan no se deben convertir en hábito. Y aquí lo clave es ser justos. No siempre es fácil saber quién comenzó y como la agresión es una espiral, todos los que pelean salen perjudicados. Por ejemplo, si se pelea por ver un programa, se acaba la televisión. Por el hecho de pelear, ambos pierden el objeto.
HAY UN LÍMITE
Los especialistas aseguran que las peleas son el termómetro de la paciencia de la madre o del adulto que esté a cargo de esos niños. A menor paciencia, más peleas y viceversa. Es como un círculo vicioso. Las mamás con un umbral de tolerancia muy baja a las peleas se ponen cada vez más autoritarias, más sancionadoras y sus hijos pelearán más. Y eso por una razón muy simple, pero difícil de aceptar: las peleas no se pueden extinguir sólo con una prohibición. Sí moderar y encauzar.
Una salida adecuada es estimular otra actividad, organizar algún juego. A esta edad los niños piden ideas para jugar, luego se desenvuelven solos, pero si no hay un adulto a cargo, que de vez en cuando guíe el juego, lo más seguro es que el asunto termine mal.
También es importante que los papás aprendan a tolerar las diferencias. Cada hijo es único y lo lógico es que sus gustos y pareceres sean distintos. En esa convivencia habrán transacciones, discusiones y roces que deben ser aceptados. Querer encuadrarlos a todos dentro de un mismo molde provocaría frustraciones y … más peleas.
Sin embargo, todo tiene un límite. Si el nivel de peleas existente en la casa produce deterioro en las relaciones, esos padres deben intervenir más que rápido y pedir ayuda especializada en caso necesario.
Una pelea es más o menos grave dependiendo de:
- las cosas que se dicen
- la cantidad de tiempo que quedan molestos
- los golpes que se dan
- y la frecuencia de las peleas.
LO IMPORTANTE ES PREVENIR
- Dar buen ejemplo: El principal método de aprendizaje de los niños es la observación. Un matrimonio que pelea fuertemente entre ellos y/o responde agresivamente a los hijos, no puede esperar que reine la paz entre sus niños. Hay que tener presente que la violencia de parte de los padres traumatiza a los niños y los hace más agresivos. Por ejemplo, el sacudirlos o pegarles violentamente.
- Hay que controlar que la observación de modelos extra-familiares, sean reales o simbólicos. Pensar en juegos de vídeo, películas, casas de familiares o amigos que no sean adecuados en este sentido.
- Brindarle al niño la oportunidad de tener relaciones sociales pacíficas. Llevarlo a la plaza, invitarle amigos a la casa y que jueguen con su hermano. Tener amigos en común entre hermanos. Tener amigos en común entre los hermanos une mucho y los entrena para que entre ellos sepan jugar.
- Cuando sus hijos jueguen entre ellos en forma armónica, felicítelos. Un papá puede premiar a sus niños: “Me gusta como han jugado, ¿vamos a tomarnos un helado?”. Hay que recordar que si se refuerza lo positivo la conducta adecuada se hará más frecuente y disminuirá la contraria.
UNA ACTITUD ACERTADA
- Aceptar que las peleas existen y que los padres no las lograrán extinguir directamente, menos aún con gritos y castigos.
- Confiar en que es posible encauzar estas peleas y hacerlo pronto, pues lo peor sería que los hermanos se acostumbren a esta forma violenta de dirimir sus diferencias.
- Entender que aunque pelear con los hermanos es normal, eso no significa que esta situación deba ser admitida por los padres.
En otras palabras, calma, sagacidad y claridad cuando empiezan los gritos y puñetes.
NO OLVIDAR
- A menor paciencia de los padres, más peleas y viceversa. Hay que aprender a escuchar.
- Un niño molesto es como una bomba de tiempo, en cualquier momento va a estallar.
- Después de ver televisión un buen rato, siempre habrá peleas. La TV adormece y llena los sentidos. Cuando se apaga, se cae bruscamente en la realidad y se descargan las energías que se acumularon estando sentado.
- Es bueno traducir en palabras las rabias. Así se racionaliza y se acaban los rencores.
- Es un grave error castigar a los peleadores, mandándolos a estudiar.
Ellos pensarán: estudio = castigo.