“La máquina publicitaria invita a intercambiarse los regalos siempre nuevos para sorprenderse. Pero ¿es está la fiesta que le gusta a Dios? ¿Qué Navidad querría Él? ¿Cuáles regalos y cuáles sorpresas?” preguntó el Papa Francisco hace tiempo en una gran catequesis en el año 2016.
Estamos viviendo una nueva y extraña Navidad. Pocos abrazos y ningún beso. Medidas de seguridad entre las que se encuentran la separación, la distancia, la sonrisa tapada por la mascarilla y reuniones con pocas personas para protegernos y para proteger. El cariño es la distancia; hoy debemos separarnos para mañana poder volver a estar juntos. Y, sin embargo, las tiendas y los centros comerciales se han llenado de miles de personas que han salido a la calle, como todos los años, a comprar sus regalos y obsequios con los que agasajar a sus seres queridos y demostrar su cariño.
Algo me ha llamado mucho la atención este año; los anuncios de televisión sobre la Navidad son espectaculares. Nos hablan de prepararnos, de regalar, de compartir, de acercarnos con amor a los demás y, de ser cada uno de nosotros, el mejor regalo.
Dios nace en una cueva porque no hubo lugar en la posada. Las cuevas son lugares fríos, oscuros, solitarios… reflejan la condición del ser humano, de las personas singulares. La cueva es el símbolo de la soledad que todos llevamos dentro, de los días grises que todos tenemos, de esos momentos en los que nos sentimos más tristes y no sabemos el porqué. Y Dios, suplió esa oscuridad de la cueva en el nacimiento de Jesús , con el amor de José y de María.
Nuestros hijos deben saberlo. Todos sentimos esos momentos de soledad. Ellos también. Pero tienen el mejor regalo, el cariño de su familia, la mirada de sus padres, el calor del hogar dónde se les quiere por lo que son; hijos, independientemente de cómo sean y de cómo cubran las expectativas. La familia es un regalo que no tiene precio. La incondicionalidad del amor que se recibe en ella da seguridad, fuerza y autoestima.
Este año, cuando empiecen a rellenar las cartas a los Reyes Magos, los animaremos a valorar lo que de valioso poseen; padres y hermanos…y, sobre todo, que sepan que ellos también pueden ser navidad para los demás. Cada uno, en el seno de la familia, es un regalo, un apoyo, el trofeo de oro. Nuestros hijos necesitan que saquemos la mejor versión de ellos mismos. Que aprendan a dar el cariño, el tiempo, la alegría, el servicio y la atención que el mundo y su familia necesita.
Este año especial, en que la “navidad necesita ser salvada” inculquemos a nuestros hijos, que Dios nació para salvarnos y para darnos todo. Así cada uno, puede actuar de tal manera, que sus padres estén orgullosos de la buena persona en la que lucha por convertirse. Ese puede ser el mejor regalo de esta Navidad.