Hace unos días, una buena amiga reconocía que uno de los descubrimientos en su vida personal, gracias al confinamiento, ha sido que una buena parte de las cosas que solía hacer en su vida diaria antes de la pandemia, no son esenciales. Se ha dado cuenta de muchas pequeñas cosas “urgentes” que ocupaban su agenda, ahora ha visto que no eran “importantes”, es decir, que no ha pasado nada por no hacerlas. Cuando todo es importante, nada lo es. Es verdad que en numerosas ocasiones reaccionamos a lo urgente, sin pensar que estamos quitando tiempo y energías a lo verdaderamente importante en nuestra vida, como es nuestro matrimonio, nuestra familia.
Planes de acción que nos pueden ayudar en este discernimiento:
- Entre los dos, establecer unas prioridades. Merece la pena hablar, escuchar, para aprender, para enriquecer nuestro proyecto juntos. No tengamos miedo a dialogar. Preguntarnos cuál debe ser el orden de prioridades para nuestra familia, el tiempo dedicado a lo que de verdad importa. ¿Cómo conciliamos vida de familia con el trabajo, las amistades, el descanso, la cultura, Dios? ¿A qué damos preferencia?
- Hacer menos, pero hacerlo mejor. Se trata de hacer lo que tenemos que hacer, no más; podremos así enfocarnos mejor en las tareas y tendremos más tranquilidad personal y familiar. Podemos recortar en algunos compromisos que no son tan necesarios o en actividades secundarias prescindibles. Las últimas semanas nos han dado a conocer lo que se puede eliminar, lo que no es imprescindible para ser feliz.
- Aprender el valor del sosiego. Algunos compositores dicen que es más difícil interpretar al piano algunas piezas, como los adagios de Mozart, que haciéndolo con rapidez. Vivimos en un mundo marcado por las prisas, por la inmediatez. Es fácil quedar atrapado en la necesidad de moverse para todos lados con velocidad y no está de más preguntarnos el por qué vamos tan deprisa: proponernos hacer las cosas de modo más pausado.
- Centrarse en el momento presente. Muchas parejas viven acostumbradas a mirar hacia atrás o adelante, sin percatarse de que el único tiempo a nuestro alcance es el tiempo presente. Centrarse en el presente significa vivir con naturalidad y confianza este preciso instante y contagiar al otro esta actitud positiva y optimista.
Evitemos que, distraídos por la prisa, las preocupaciones, las ocupaciones superficiales, se nos escape esa vida única que tenemos para ser felices.