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El amor de mi vida

Por: Miguel Carmena

Tengo un amigo que es lo que yo llamo un “filósofo práctico”, es decir, un hombre que ha hecho de su vida una búsqueda incansable de la verdad y de la sabiduría para regir su vida. No es un teórico de la historia de la filosofía, ni un profesor que dice cosas aprendidas en libros. Él dice que construye su filosofía en la calle, en los taxis, en el bar, en el mercado.

Desde hace un tiempo está obsesionado con el tema del amor. Lleva varios meses preguntando a todo el mundo qué es el amor y qué importancia tiene en su vida. Sus resultados son curiosos. La mayoría de la gente reconoce que no sabe exactamente qué es el amor. Algunos dicen que es “querer” a alguien, otros afirman que el amor es “desear vivir junto a otra persona”, incluso alguno le respondió que amor y tener relaciones sexuales era lo mismo.

Por otro lado, a pesar de las diferentes definiciones de amor, todos coincidían en señalar que el amor era lo más importante en su vida, lo único que llenaba su vida de felicidad. Es curioso, todos anhelamos algo que no sabemos muy bien en qué consiste. No sabemos lo que es, pero cuando lo vemos, decimos “eso es amor” y “yo quisiera vivir así porque eso me hará feliz”. Es lo que pasa cuando ves la película “Titanic”. Pasas más de tres horas pegado a la pantalla y al final te quedas con el buen sabor de boca de aquel hombre que dio su vida por amor y la dio feliz. Cuando ella, la amada, Rose Dawson Calvert, arroja el diamante al mar, uno tiene dos opciones: decir “que tonta” o comprender que en ese caso se expresa la fidelidad a un amor que da sentido a la vida y que vale mucho más que el diamante más valioso. Eso es amor, es entrega al otro, pero no una entrega superficial e inconsciente, sino una donación de alguien que no sólo “quiere” al otro, sino que “quiere quererle” siempre.

Muy bonito, pero estoy seguro de que se agradecería que lo explicase de forma más gráfica, ¿verdad? Se me ocurre que el amor es como una hortensia, como una rosa y como un edelweiss.

El amor es como una hortensia. La hortensia es una flor muy grande, de las más grandes que conocemos, pero si la observamos detenidamente, nos damos cuenta de que está formada por miles de flores muy pequeñas. La hortensia es grande por la unión de un sinnúmero de flores que en sí mismas son casi insignificantes. El amor es igual. Los grandes amores que tanto admiramos están hechos de muchos, de incontables pequeños actos de amor. El amor se construye con actos casi invisibles de entrega al otro, en los que se vive de verdad la entrega al amado con generosidad, en las cosas más pequeñas. Sólo así se forman los grandes amores.

El amor es como una rosa. La rosa une la belleza de la flor a la fuerza del tallo. Ese tallo hace resistente a la flor ante las lluvias y el viento, pero también está lleno de espinas. Gracias a ese tallo, la rosa se eleva por encima de las demás flores e impide que suban los insectos y dañen a la flor. El amor es igual, mezcla belleza y fuerza, amor y dolor. Un amor sin sacrificio personal nunca se hace fuerte, no soporta la más pequeña lluvia; la más débil dificultad lo destruye. El amor requiere estar sólidamente afincado en una entrega que es fuerte porque se basa en la donación generosa, en la oblación sin esperar nada a cambio. Sólo así se puede mantener la belleza del amor.

El amor es como un edelweiss. El edelweiss es una flor que nace en las altas montañas. Se encuentra en los parajes más insospechados, donde parecería que ya no puede haber vida. No es como las margaritas que pueblan los valles con miles de flores iguales y se hallan siempre en lugares de fácil acceso. No, el edelweiss es solitario, pudoroso, está siempre lejos del alcance de miradas indiscretas. No hay dos edelweiss iguales, cada uno es único, irrepetible. El amor es igual, irrepetible, único, pudoroso. No está al alcance de cualquiera. Hay que subir para encontrarlo. Hay que dejar atrás muchas cosas y esforzarse por llegar a una cumbre juntos. El amor no es tanto mirarse uno al otro, sino mirar los dos en la misma dirección. No se puede buscar un amor auténtico a ras de suelo, en los sitios de fácil acceso. No se puede pretender que el amor se repita de igual manera muchas veces. El amor no es margarita, es edelweiss, es único. Amar es dejar muchas comodidades, muchas seguridades, muchas facilidades y retirarse a la aventura de la entrega total. El amor verdadero no está al alcance de la mano. Hay que buscarlo, lucharlo, merecerlo. El amor no es para espíritus vulgares apegados a las bajezas de los valles, sino para aquellos que se sienten llamados a la pureza de la montaña donde sopla el aire limpio.

El amor así explicado es maravilloso, pero hay una pregunta que nos hacemos a menudo: ¿qué hay que hacer para que ese amor funcione todos los días? Eso es muy importante, pero lo dejamos para el próximo artículo.

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