La amistad conlleva el ejercicio de virtudes asociadas al amor, ya que la amistad es un tipo concreto de amor. Es, así mismo, un afecto distinto del que se profesan padres e hijos -llamado filiación-, del que se siente entre hermanos – denominado fraternidad-, o el que une a la esposa y el esposo -conocido como conyugal- pero, en definitiva, es una forma de amor. Por este motivo, esas virtudes están todas ellas íntimamente ligadas a la caridad, que es la participación en el amor pleno, el amor con el que Dios nos ama.
La forma de vivir las virtudes propias de la amistad debe adaptarse de modo prudente al temperamento y al carácter de cada niño y de cada adolescente. Sobrevolando todas ellas deben estar la prudencia y la justicia, de modo que no se produzcan desviaciones que conviertan una virtud en un defecto o en una esclavitud. Por eso, hábitos buenos como la generosidad y la entrega a otros se deben enseñar a practicar con cierto cuidado ante la aparición o la existencia de personas toxicas -sean de la edad que sean- que puedan aprovecharse del corazón noble y generoso de un niño o un adolescente para satisfacer sus deseos y caprichos. Porque la bondad no debe ser nunca la puerta de entrada para la manipulación, la tiranía o el despotismo. Es preciso formar a los más jóvenes para que sepan distinguir cuando son víctimas de una personalidad desaprensiva que se aprovecha de ellos. Para ello se les deberá hacer ver que:
- La generosidad y la entrega son formas de alcanzar la plenitud del amor, pero no de soportar la esclavitud que supone atender al capricho continuo de otras personas. La amistad no consiste en un trueque de favores, pero tampoco es una relación unidireccional. Hay personas desamparadas y desfavorecidas que no podrán devolver nada de lo que se les da, pero en cuya mirada habrá siempre agradecimiento y nunca exigencia.
- Las amistades manipuladoras se distinguen porque cierran los espacios de libertad personal. Cuando en una relación aparece el chantaje o la extorsión -por mínimo que sea-, tanto afectivo como físico no es amistad. Frases como “si no haces esto, si se lo dices a alguien, si confías en otras personas, dejaremos de ser amigas” son suficientes para iniciar un proceso de prudente distanciamiento respecto a la persona que las pronuncia.
- Algunas amistades tóxicas son cerradas y por lo tanto excluyentes: no permiten la presencia de otros, ni la interacción con el grupo, ni la apertura a más personas. Aquellos que exigen amistades absolutamente monopolísticas en las que no caben los demás no merecen ser nuestras amigas. Toda amistad es expansiva, su bien se extiende a los demás, goza de compartir su alegría con otros. No es temerosa, ni celosa de la presencia de mucha gente alrededor. En las amistades donde ni una mota de brisa tiene cabida el ambiente se enrarece, aparecen vicios y tristezas y merecen darse por concluidas.
- La amistad causa paz y alegría, nunca rencores, desasosiego o temor. Los compañeros de estudio, diversión, deporte, aficiones, etc. que juegan con los sentimientos de los demás no merecen ser llamados amigos, porque no lo son. Si una amistad no produce alegría interior, o desestabiliza el ánimo y la paz es una relación que necesita un cambio de dirección o un sencillo final. Del mismo modo las amistades manipuladoras no permiten el crecimiento personal y tan solo esclavizan en función de los gustos únicos y caprichosos del otro. El amigo se convierte en un sirviente que quizá se beneficia de la protección mafiosa del líder pero que queda sometido a él. Porque ese tipo de personas veta siempre la aparición de otros liderazgos que le puedan hacer sombra, el crecimiento de las capacidades de las personas a las que oprime, o que alguien abandone el rol que él o ella les han asignado en el grupo.
- Las amistades tóxicas exigen secreto sobre las decisiones y acciones que ellos hacen, pero transparencia y sinceridad hacia ellos. Por eso, no permiten espacios de intimidad personal ni confidencias con otras personas. Y mucho menos críticas o razones contrarias a su pensamiento. Exigen una fidelidad afectiva perpetua y absoluta y extraordinariamente nociva. Por eso, si una amistad pretende juzgar y someter a los que están fuera del círculo o del grupo, imponer procesos de admisión y de exclusión de miembros, distanciarse de los padres y profesores, o asumir una autoridad moral absoluta para juzgar y dictaminar, la mejor decisión es poner tierra por medio.