By: Identitas.
“Es que mi madre me dice que lo haga así porque… ¡yo soy soprano!”
Hace tiempo, siendo la directora del coro del colegio, una alumna de nueve años se presentó a las pruebas casting para poder entrar y formar parte del coro. Me remangué a favor de su ilusión para comprobar su talento y seleccionar qué voz tenía. Después de varios intentos en los que le iba subiendo y bajando los tonos para que ella repitiera lo mismo, no acertó en emitir ningún sonido parecido. Ella subía el tono mucho más alto y desafinado de lo que se le daba… En un momento, le miré a los ojos y le pregunté el porqué de esas subidas de tono; la alumna, sin inmutarse y con una sonrisa de oreja a oreja me contestó:” Es que mi madre me dice que lo haga así porque… ¡yo soy soprano!”
¡Cuánto me hizo pensar aquella sincera reacción! Aquella alumna se sentía valiosa, es más, sabía que era valiosa y quería brillar. Es la educación de la autoestima y de la valía personal la que hace maravillas en el carácter de nuestros hijos y alumnos haciendo de ellos, personas que se sienten y se saben seguras y queridas. Se dan valor a sí mismos y este don, les hace grandes para resolver situaciones difíciles en la vida porque saben dónde tomar la fuerza que les ayudará a superar los retos y las metas que se propongan con más facilidad.
Al contrario, si los niños se sienten débiles, no se verán con ánimo, ni con fuerza, ni importantes como para superar ninguna situación adversa. El miedo al qué dirán, a quedarme sin amigos, a sentirse menospreciado y solo, a no estar a la altura, a no llegar a la meta que se les proponen, a aferrarse a la persona que está más cerca, les deja con falta de decisión y de seguridad para aprovechar las oportunidades buenas de la vida y crecer en valía personal.
Esa fuerza de carácter y actitud positiva ante uno mismo, eso que llamamos autoestima, se forja entre los cuatro y diez años en la vida del niño. Necesitan que les ayudemos a reflexionar sobre lo que pueden y deben cambiar en su interior, y que depende solo de ellos, para que sean mejores, más fuertes, decididos, seguros y alegres. Todo este itinerario es un camino que les ayudará a ser felices.
“La felicidad es tomar la vida de cada uno entre sus manos y besarla”. En la educación de la valía personal entra, de una forma muy directa, la capacidad de la aceptación de lo que les toca vivir. Los niños tienen que aprender a aceptar su mundo, sus situaciones personales y de todo lo que les rodea, sus circunstancias como ejes que enlazan cada eslabón de su cadena de vida; eslabones que, al ser aceptados con libertad, se superan. Este aprendizaje se hace en el día a día, que quieran lo que hay a su alrededor y ya sea de su gusto o no, si no lo pueden cambiar, con su fuerza, amor y libertad lo deben aceptar para así, poder crecer y superarlo como un obstáculo más que les ayuda a crecer y a sacar lo mejor de sí mismos.
Por último, la valía personal va de la mano con la capacidad de ser responsable con uno mismo. Los padres y educadores tenemos una función imprescindible; ayudarles a que se conozcan a sí mismos y a que se acepten como son. Todo cuanto ven y conocen de ellos mismos debe pasar
un proceso de aceptación en el cual, cada uno debe plantearse en que deben mejorar y cómo pueden hacerlo. Son decisiones personales tomadas no con vistísimo y resignación, sino con deseo de mejorar los aspectos de sus vidas que no controlan ellos mismos porque no han aprendido a luchar. Estar a su lado ofreciéndoles ánimo, apoyando sus decisiones, y diciéndoles con cariño y exigencia lo que desde fuera se ve de ellos y que no les ayuda a crecer y a ser mejor; abriéndoles horizontes altos.